viernes, 29 de marzo de 2013

Para terminar el siglo pasado

Cuando tenía veinte años (hace catorce y meses), algo que mal identifiqué como "postmodernidad" se me puso enfrente como música e imagen. En términos de estilo, las manifestaciones expresivas de mis coetáneos me  producían algo entre envidia y mucha, mucha hueva. 

Pensaba en apatía, en regresos al pasado sin creatividad "porque ya todo está hecho". Los ritmos, armonías y técnicas musicales del rock que había a mi alrededor universitario me evidenciaban que la agresividad y rebeldía se desvanecían misteriosamente.

Era la postmodernifobia como mediación de realidad operando en un "estudiantre" de Comunicación en universidad, ciudad, estado, país y subcontinente católicos.

Los músicos me aparecían con flojera e indiferencia, dentro de rolas hipnotizantes e informes. No había escuchado todavía completo el Dark Side of the Moon, pero los delays en Re menor de Another brick... no podían ni compararse con lo que, después supe, se identificaba como "shoegazing". Tendrían que pasar varios años para que pudiera resignificar el OK Computer.

Y veía a los DJ volverse estrellas, recomponiendo grabaciones HECHAS. McLuhan burlándose de mí desde las "tornamensas". El american güey of life violando, inseminando la sub y contra cultura. Y mi reclamo: "¡Agarra una lira siquiera, que de tus dedos salgan por lo menos tres acordes que te cartoneen la distorsión en las orejas!". 

Iron Maiden renacía mientras los nerds se volvían modelos, a mis ojos. Lo tenían, lo sabían todo, y me escupían su apática indiferencia vestida en fuzz. Armonías y ritmos infantiles, todos disfrazados de Gilligan.

Y me caía el veinte de que yo no era distinto.

Y algo del Ágætis byrjun es de lo mejor que hoy suena en mi iPod.

De apuntes escritos en febrero de 1999.

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