sábado, 1 de junio de 2013

Después de la pausa

El acero que calma
puebla el mundo
en el aire, en mi mirada
después de la lluvia,
después de la vida.
El horizonte es mar,
el mar, concreto,
la pradera doblegada,
aún rebelde, olor a cántaro,
y mis ojos huérfanos, errantes,
terminales.

Y circulan ecos
(gotas, vestigios)
que por dentro soy más grande:
abadía, monasterio,
bóvedas transpiran
el canto de las horas
nítidas de musgo.

Podría mi vida ser desierto,
germina en ocaso gris de agua
y soy salvo
en el último respiro,
que la noche nace diáfana,
que soy el último, que pasa la sangre,
que fresco el infierno reconcilia
mi ceguera con las nubes.

Mayo de 2013

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