lunes, 21 de diciembre de 2020


 
- Muy bonita producción, muy vestida, muy guapa.

- El rock de la peli es una manera de discutir la fama desde las identidades en un tren de modas. 

- La serie se fundamenta fuerte en las tesis de David Byrne sobre la conformación y definición de una "escena". Quizá ese sea un buen aporte intelectual: la industria mediática recuperando la literatura surgida del rock desde el "Cómo funciona la música" de Byrne. Pero fuera de la mención a Agustín, ahí el referente es Byrne. Escocés, por cierto.

- El comentario nuestroamericano en el primer capítulo es, precisamente, del Brujo Bátiz y "la señal de los tiempos".

- Para hacerlo interesante, podrían abandonar la anécdota ad nauseam y seguir el dinero, el dinero viejo y los apellidos. Rastrear las actas de las reuniones en que las disqueras decidieron invertir en ciertos nombres, hoy celebrities. Mapear el mecanismo de negocio que hizo rentable al rock hace tantos años.

- Un producto-cultural que la industria-cultural de la nostalgia-cultural nos vendió a los "señorxs de cierta edad" para que nos "clavemos".

- Un poco va a servir también, por supuesto y como muchas otras películas, para que algunos jóvenes conozcan ciertas ofertas que acompañen su construcción identitaria, como pasó con Sabbath y AC/DC en Avengers, etc. 

- Pero ese relato ya está muy repasado. Como siempre en el occidente capitalista, los rostros son el star system. Mientras, los empresarios de medios y disqueras se atragantan de palomitas tras bambalinas.

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Más que Alex Lora encendiendo un JCM800, el plano inicial de "Rompan todo" pudo ser esto, si la idea de Netflix era convencernos de que fuimos decoloniales-o-algo-así. Al menos, así nacionalizamos el "sonido" de Fender desde la fábrica en Ensenada hasta los 80.

domingo, 16 de febrero de 2020

Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha

Suenan Los Ángeles Azules en la bocinota bluetooth. Van y vienen órdenes, medias y completas, frijoles refritos, salseras, verdura, limones. Una familia vende birria de res en su cochera, casi en la esquina de la cuadra donde vivo.

Me preparo un taco. Desde mi mesa, las paredes y el tejabán de la cochera delimitan la vista. Es una pantalla hacia la calle.

Cruzan la pantalla, desde ambos lados, rutinas de domingo. Chamacos risueños y polvosos, sudando en uniforme de futbol. Señoras arrastrando su carrito con verduras. Una bicicleta fugaz.

Domina la esquina superior derecha de la pantalla un señalamiento de parada de autobuses a lo alto de un tubo instalado en la banqueta.

Entra un camión de la ruta 35 por la izquierda. Se detiene. Bajan y suben pasajeros.

Fuera de la pantalla suena un cláxon.

Los pasajeros suben y bajan.

El cláxon insiste.

El camión cierra sus puertas. Lento, sale por la derecha de la pantalla.

Entra por la izquierda un automóvil de modelo reciente con una familia a bordo. Adelante una pareja. Vistos desde la ventana de la puerta trasera, niños se revuelven como ropa en lavadora.

Él saca la mano por su ventana para pintarle un dedo al conductor del urbano. Algo grita, pero yo nomás escucho las trompetas de la cumbia.

El auto gris sale por la derecha de la pantalla, lento. Entra de nuevo en reversa, lento. Maniobra, lento, y se estaciona lento bajo el señalamiento de parada de autobús.

La familia baja del auto. La mesera mueve sillas y junta dos mesas. Cuatro niños, cuatro smartphones. Él: fajándose la playera polo, lentes de marca, sigue mirando hacia la calle, indignación en el semblante. Ella, blusa dominguera y, en la mano, la hojita dominical que más temprano deben haberle dado en misa.

“¿Ya les puedo tomar su orden?”.

Mi taco ya está tibio, pero la salsa verde lo remedia.