- Esa idea romántica que ve en la docencia un "apostolado" me remite las lógicas religiosas del nacionalismo decimonónico. El positivismo desbancaría la oscura superstición, pero con las mismas mañas.
- Algo similar ocurre con asociar la docencia al "sacrificio", y ver en el profesorado a mamás postizas a quienes se les pide la misma abnegación.
- Por otro lado, en inglés hay una expresión que pretende dar cuenta de la depreciación de la docencia desde finales del siglo pasado: "Those who can, do; those who can't, teach; those who doesn't do or teach, build legos out of it" ("quienes pueden, hacen; quienes no pueden, enseñan; quienes no hacen ni enseñan, construyen Legos").
- En mi experiencia, desprofesionalizar de cualquiera de los modos la docencia daña el proceso educativo, nos devalúa al tiempo que nos asigna funciones que no nos corresponden. Los docentes no somos ni apóstoles ni mamás postizas. Ni sacrificio, ni abnegación, ni entrega sobrehumana. Somos profesionales que ejercemos una tarea sustantiva para el proceso civilizatorio. Y como profesionales deberíamos ser vistos.
- Otro error peligroso es confundir la finalidad de la evaluación como parte del servicio educativo. Es decir, si el estudiante paga por el servicio (vía colegiatura privada o vía impuestos públicos), entonces tendría derecho a aprobar, a certificarse, a graduarse, independientemente de su desempeño. Porque se convierte en cliente, quien a cambio de un pago está en derecho de exigir satisfacción.
- Una idea similar, alimentada por muchos padres y madres de familia, es que las calificaciones son los honorarios que sus hijas e hijos reciben a cambio de su "trabajo" escolar: los adultos trabajan a cambio de un sueldo - los estudiantes son como adultos chiquitos - ergo, los estudiantes estudian a cambio de sus calificaciones. El adulto va reuniendo recursos para su retiro, el estudiante va juntando puntos para entrar a la universidad. Despojar así a la educación de un sentido que no raye en lo inmediato es penoso.
- Que nuestros alumnos y alumnas "estudien" un día antes de presentar un examen, y oviden todo el día después, es la consecuencia natural de lo anterior. Así, lo importante es un número, no el aprendizaje.
- Como docente he tratado de concebir las calificaciones como una consecuencia, un efecto o un resultado de un ejercicio de aprendizaje. Mis estudiantes podrán ser clientes de una institución, pero no pagan para que los apruebe. Pagan por un servicio en el que la evaluación debería determinar acciones a seguir para el mismo proceso. No doy clase para que en mis grupos abunden los dieces. Si después de una secuencia de enseñanza-aprendizaje hay dieces, eso se da por añadidura, pero no es lo importante.
- Finalmente, y no menos delicado: las películas sobre maestros suelen ser cursis hasta "el diabetis". Honrosa excepción de "El director", con James Belushi. #VivanLosGuamazosOchenterosSinSentido